sábado, 28 de julio de 2007

R

-Tenés un mate cebado–dijo Juan que parecía despierto –…un ratito en la pared.

-Vamos a caminar un rato –dijo Julián.

En la torre entre vientos las luces rasantes rebotaban contra las molduras de relieve y se escapaban del plano de la fachada. Mientras los observás desde la vereda se mantienen discretamente. Cuando te acostás tan cerca, debajo de la estatua de la mujer desnuda, y mirás para arriba, la pared de la torre como el techo de un pasillo sin paredes ni piso, sólo el techo, abajo el cielo vacío y estrellas y entonces el pico cuando la luz se escapa y aparece, entonces el pico, los pelos fuera y te quedás mirando porque no parece real, se escapan y ya no pertenece hasta que te levantás y caminás a la vereda de enfrente para verlo desde una posición peatonal o hasta que te dormís de frío y la torre te contractura el sueño.

Pero Juan empezaba a cansarse del monstruo de la moldura ¿qué necesidad de cagarse de frío? porque hacía frío esa noche en el cielo limpio y el mármol frío de la torre. Habían salido a caminar y atravesaban las calles semidesiertas en el cristal madrugada.

Silencio.

Los pasos y las manos abrigadas de bolsillos. Corrían para romper el silencio y tanto frío en las piernas las manos la cara y tanta noche tan quieta. Corrían sin ritmo. Te falta una sábana y una pierna suave alrededor, pero no lo sabés porque solamente tenés estrellas en el alma o peor, sólo en la mente y de noche no hay piel tibia pierna alrededor tuyo y no hay sábanas, peor, lo sabés, y solamente tenés estrellas y son reales, pero rozan la locura aunque las puedas tocar, allá tan solas quemando el vacío, si pudieras.

Antes de llegar a la torre Julián gritó que él conocía un monstruo escondido, pero tan irreal, y corrían sin ritmo. Según Julián indicó se acostaron en la base de la estatua de la mujer desnuda, mármol frío y miraron hacia arriba, la torre y el cielo, las luces que rasaban las superficies y observaron lo que debían observar.

Peor en el pecho, una sensación de felicidad de dormir en la hornacina, sobre el colchón de mierda de paloma a los pies de la estatua y la felicidad de dormir en el hueco frío y sucio, bajo las estrellas y el vacío frío, pero tan real y tan limpio. No tenés idea de lo que estoy hablando. Juan Antiago estaba cansado del mármol frío y se levantó para ver el efecto de la luz sobre la moldura de la torre del monumento, pero desde otro punto de vista y no encontró más que la moldura, imagen del sol con ojos y boca, un sol adulto que sonríe. Caminó delante del frío, detrás del frío y se acercó de nuevo a los chicos que seguían acostados. Alguien gritó un nombre y rió tan fuerte.

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