domingo, 28 de octubre de 2007

R

Pero le temía a los caballos. Un miedo antiguo. 10 u 11 años atrás, en unas vacaciones en la costa de la provincia de Buenos Aires montaba sobre una yegüa vieja, paseaba por el pueblo como cada atardecer, el sol por entre las hojas dibujaba en el césped un espectáculo extasiario. La yegüa se llamaba Leika y olía a bosta antigua; una tarde se frenó sin razón y se sentó pausada hasta quedar tendida debajo suyo, muerta. Nunca más volvió a montar.

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